En la región del Chaco semiárido existen ambientes descubiertos de vegetación, que se consideran improductivos y no cumplen con sus funciones ecológicas. Cómo son los proyectos para recuperarlos y qué resultados obtuvieron.
Por Cecilia Fernández Castañón
26 de Julio, 2024
Durante las últimas décadas, en el Gran Chaco se profundizó la tala de bosques nativos y la ganadería no sustentable, lo que impactó directamente en la pérdida de biodiversidad y disminución de los servicios ecosistémicos, como la captura de carbono. Un caso extremo de la degradación de los suelos en esta ecorregión es la formación de peladares, ambientes naturales que quedaron descubiertos de vegetación, tienen tendencia a la salinidad y no pueden utilizarse para actividades productivas ni cumplen con sus funciones ecológicas.
En la provincia de Formosa se estima que hay unas 100 mil hectáreas de peladares, ubicadas en los departamentos del oeste: Ramón Lista, Matacos y Bermejo. Aunque para muchos pobladores de la zona esos terrenos siempre fueron así, existe evidencia de que esas tierras que ahora se consideran desiertos improductivos tienen un pasado distinto y que se pueden recuperar.
En los últimos años, distintos proyectos de investigación que tuvieron la intervención de organismos como el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) han logrado caracterizar esos ambientes –que también se encuentran en otras provincias del norte de Argentina, como Salta– y diseñar sistemas de manejo que buscan devolver a las tierras sus características originales, contribuyendo al incremento de las reservas de carbono orgánico del suelo. Después de ensayos exitosos desarrollados con la colaboración de productores y de cambios en la legislación provincial, actualmente se están ejecutando proyectos impulsados desde el gobierno de Formosa para recuperar los peladares.
El objetivo es no sólo lograr que los ecosistemas vuelvan a funcionar y puedan cumplir sus funciones ecológicas de captura de carbono, sino también mejorar las condiciones para el desarrollo de actividades agrícolas y ganaderas que puedan dar sustento a los pobladores de la zona, principalmente familias de pequeños productores rurales y comunidades de pueblos indígenas.
La desertificación de un ecosistema
A través de distintos relevamientos e investigaciones que se realizaron principalmente en los últimos cinco años, se logró recopilar y analizar información para determinar cuáles fueron los factores que llevaron a la degradación de los ambientes del oeste formoseño y describir cuál es el estado actual del suelo y la vegetación. Los trabajos –que incluyeron estudios con imágenes satelitales, mediciones del suelo, análisis de la vegetación, entrevistas a informantes calificados de la región, entre otros métodos de recolección de datos–, concluyeron en que las causas que provocaron la degradación ambiental que originó los peladares están principalmente vinculadas con la actividad humana.
Con la instalación de las primeras familias de pobladores criollos a fines del Siglo XIX y principios del XX en la región del oeste formoseño, se empezó a practicar la cría de ganado bovino y caprino sobre pastizales naturales. La elevada carga animal y la ausencia de prácticas de manejo sustentable provocaron el sobrepastoreo que transformó el paisaje, favoreciendo la aparición de peladares y el avance de la vegetación arbustiva leñosa.
Las investigaciones sostienen que la adopción de prácticas sustentables para el manejo de la ganadería integrada al bosque nativo puede tener un impacto positivo y ayudar a la conservación del Gran Chaco semiárido. “Con ese conocimiento, pudimos aportar al diseño de proyectos de intervención que buscan llegar al productor y hacer efectiva la transformación de un ambiente degradado en uno productivo, sobre todo pensando en la captación de carbono que estos ecosistemas pueden realizar. Por eso, decimos que estos proyectos tienen un doble fin, tanto ambiental como productivo”, señala en una entrevista con ambientenea Emmanuel Tomanek, un ingeniero en Recursos Naturales y Medio Ambiente especializado en Desarrollo Sostenible que empezó a trabajar estos temas desde el inicio de su carrera como investigador en la Estación Experimental Agropecuaria Ingeniero Juárez del INTA,
“Para los pobladores de la zona los peladares siempre estuvieron ahí, entonces hay que hacer un trabajo de sensibilización respecto a la importancia de la restauración, para que tomen dimensión de sus beneficios y cumplan con las distintas instancias del proceso”
Emmanuel Tomanek, ingeniero en Recursos Naturales y Medio Ambiente especializado en Desarrollo Sostenible e investigador del INTA
La propuesta técnica desarrollada no sólo consiste en sembrar pasturas y plantar árboles, sino que también tiene un fuerte foco en lo social. “Para muchos pobladores actuales de la zona, los peladares siempre estuvieron ahí, entonces hay que hacer un trabajo importante de sensibilización respecto a la importancia de la restauración, para que tomen dimensión de sus beneficios y cumplan con las distintas instancias del proceso”, agrega Tomanek, quien este año fue convocado por el Ministerio de la Producción y Ambiente de Formosa para dirigir el área de Recursos Naturales y Gestión de la Subsecretaría de Recursos Naturales, Ordenamiento y Calidad Ambiental.
Desde esa Dirección, se proyecta un plan que pretende intervenir anualmente 100 hectáreas de peladares para su recuperación. Además, se están promoviendo estudios acerca de las percepciones sociales de los pobladores respecto a los ambientes degradados, actividades productivas y tecnológicas.
Pero para poder llegar a esta instancia, fue fundamental la adecuación de la legislación. Formosa es la primera provincia que contempla el caso de los peladares en su Ley de Ordenamiento Territorial, definiéndolos como “ambientes de origen antrópico de las planicies de divagación antigua de los ríos Pilcomayo y Bermejo”.
Esta normativa, aprobada en 2018 después de un proceso de audiencias públicas de las que participaron referentes técnicos y agrupaciones de productores de la zona, habilitó la reforestación con especies nativas y la siembra de especies forrajeras en esos terrenos. Hasta ese entonces, un proceso de recuperación de un peladar era considerado como un cambio de uso de suelo, por lo que requerían autorizaciones especiales.
“Esa reforma legislativa fue un hito porque reconoce que se está pasando de un suelo degradado a uno productivo, que recupera sus funciones como sumidero de carbono. Eso permitió que las medidas de restauración sean más atractivas para los dueños de las tierras, para que se convenzan de que es un proceso necesario e importante y después lo ejecuten”, resalta Tomanek, quien asegura que en estos últimos años se advierten cambios en los productores de la zona. “Hay más interesados en sistemas más conservacionistas del suelo, como el silvopastoril. Les motiva ver las pasturas implantadas para sus animales”, afirma.
El primer paso para la recuperación de un peladar es la instalación de cercos. | FOTO: ambientenea – Cecilia Fernández Castañón
La tierra vuelve a brotar
Genaro Concha tiene 72 años y toda su vida transcurrió en una tierra que comparte con su familia en el paraje Cañada Rica, cerca del acceso a la localidad de El Chorro, a más de 600 kilómetros de la ciudad de Formosa. Junto con tres de sus hijas y cuatro de sus hijos, se dedican a criar vacas, cabras, ovejas y cerdos, que utilizan para consumo propio y para comercializar en la zona, caracterizada por su clima subtropical árido.
“Acá hicieron una prueba al lado de mi casa y como anduvo bien, se hizo el cerco en esta tierra. Antes acá no había nada de nada, estaba todo pelado. Ahora se está poniendo lindo”, cuenta a ambientenea, mientras recorre el predio de siete hectáreas que se está recuperando en su campo y muestra los brotes de pastos que fueron sembrados hace varias temporadas.
Los trabajos en la parcela de la familia Concha comenzaron en el año 2020 y actualmente tiene una recuperación aproximada del 60 por ciento. El primer paso para alcanzar este resultado fue la construcción de un cerco para impedir el paso de los animales, lo que permitió que empiecen a aparecer algunas nuevas plantas de especies nativas y se disminuya el proceso de erosión eólica e hídrica que se intensifica cuando el suelo está desnudo.
“No es fácil convencer a los productores de que tienen que clausurar el terreno para que se recupere. Construir un alambrado es una medida cara y muchos no le ven el sentido a gastar su dinero en un terreno que es improductivo”, explica a ambientenea Job Ruiz, ingeniero zootecnista que coordina proyectos del Ministerio de la Producción y Ambiente de Formosa. En muchos casos, es necesario electrificar los cerramientos, principalmente para impedir el paso de las cabras, uno de los animales que tienen mayor impacto en la degradación del suelo debido a sus hábitos de traslado y alimentación.
Cuando el terreno está cerrado, se inicia el proceso de preparación, que incluye el movimiento y la remoción de los suelos, que se realiza con tractores y otras maquinarias sencillas. Después, se siembran las pasturas, seleccionando especies adaptadas a la zona por su tolerancia a las altas temperaturas y la falta de agua.
Al igual que en otros proyectos de la zona, lo que mejor se dio en el campo de la familia Concha fue el Gatton panic (Megathyrsus maximus), una gramínea forrajera que se utiliza hace varias décadas en el norte de Argentina y que es bien recibida por los animales. La cobertura del suelo permite que el agua de las lluvias se infiltre ya que, si no hay vegetación, corre arrastrando tierra.
“Cuando las pasturas crecen, los productores se entusiasman y empiezan a usarlas inmediatamente. Pero ese uso tiene que ser racional: no se puede dejar a los animales pastando durante muchos días porque comen hasta la raíz de la planta y evitan que se vuelva a regenerar para las siguientes temporadas”, explica Ruiz.
Las nuevas pasturas permiten el fácil acceso al alimento para los animales. | FOTO: ambientenea – Cecilia Fernández Castañón
Para evitar el pastoreo continuo que daña las plantas, una de las prácticas recomendadas es cortar mecánicamente la pastura para almacenarla o trasladarla hasta donde están los animales. Eso es lo hace Laura, la hija de Genaro, durante la entrevista para conocer la experiencia de restauración en Cañada Rica. “Se lo vamos a llevar a nuestros caballos”, cuenta la joven mujer mientras usa el machete para armar los fardos, asistida por su pareja y por uno de sus hermanos.
La posibilidad de acceder fácilmente al alimento para los animales es una gran ventaja para los pobladores. Cuando sus tierras no producen las pasturas necesarias, la única opción que tienen es comprar rollos de pasto que provienen de Las Lomitas, una localidad que queda a casi 300 kilómetros, por lo que el costo de flete es muy superior al del producto.
Los desafíos hacia el futuro
Los planes de recuperación de peladares son ambiciosos, pero los recursos son escasos. Además, los procesos de restauración en el Gran Chaco son desafiantes porque se trata de ambientes con especies de crecimiento lento y equilibrio muy frágil, por lo que se requieren varios años para empezar a ver resultados.
Los procesos se alargan aún más debido a los efectos del cambio climático en la región, que provocaron prolongadas sequías que complicaron aún más la recuperación de las zonas áridas. A eso se suma la necesidad de adecuar los proyectos para la ejecución en comunidades de pueblos indígenas que habitan en la zona, mediante la intervención de equipos especializados y el diseño de proyectos específicos que puedan respetar sus prácticas ancestrales.
Los proyectos apuntan a intervenir parcelas de entre 8 y 10 hectáreas para intentar bajar la superficie total de casos extremos de suelos degradados en Formosa. “Uno de nuestros principales limitantes es la falta de maquinaria. Antes teníamos un tractor para remover la tierra y ayudar a los productores en los planes de recuperación, pero se rompió y todavía no podemos recuperarlo. Con más equipos y recursos, se podría avanzar más rápido y en más zonas”, explica Flavio Orellana, otro de los coordinadores regionales del ministerio de la Producción y Ambiente de Formosa.
Al igual que varios de sus colegas que trabajan en estos proyectos que buscan minimizar procesos que tiendan a la desertificación de la ecorregión, Flavio nació y se crió en el oeste formoseño, hasta que fue a estudiar ingeniería a la capital provincial. “Para nosotros es muy gratificante trabajar en estos temas con las comunidades a las que pertenecemos. Me acuerdo de historias que me contaba mi abuelo de cuando él era chico y decía que por esta zona el paisaje era muy distinto, con una vegetación que por acá ya no se ve. Por eso queremos recuperar nuestra tierra, para que todos vivamos mejor”, enfatiza.
Este artículo se realizó como parte del proyecto Net Zero en Argentina de Earth Journalism Network, Claves21, Periodistas por el Planeta y Banco de Bosques.
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